Compañero, Maestro y Querido Ernesto
No se trata solo de la ausencia que nos deja un intelectual que supo re-poblar la forma de pensar la política en y para nuestra tierra.
Tampoco le hace mérito solo lamentar la partida del militante que supo ser.
No alcanza con nombrar la amabilidad y la calidez que tenía en las charlas casuales, muy distante de las formas que le son propias a las “vedetes instruidas” que riegan nuestras instituciones.
De lo que se trata es de la pena que deja la partida de aquel que pudo vincular su intelectualidad con el compromiso político y el cultivo por la amistad. Se trata, también, de la incertidumbre que nos acongoja cuando pensamos si habrá otros “ernestos” que nos apasionen con sus ideas (tanto para estar a favor como en contra).
Nos angustia la partida del que dejó huella en el espacio del pensar/hacer anudado a la posibilidad de cambiar las cosas, de transformar el mundo.
A Ernesto lo conocí primero a través de sus libros, gracias a otros profesores (antiguos alumnos de él) que le hacían honor y causa a su estilo generoso y abierto a la disputa. Luego me sorprendió cuando lo conocí personalmente dando clases en Comodoro Rivadavia, reflejando su coherencia con su ética militante.
Mover el avispero no solo se hace en los grandes centros de pensamiento de Europa y Estados Unidos. Se hace en todos lados. Cualquiera sea el auditorio en el que estemos porque justamente esa es la calidad humana que Ernesto tenía; partir del supuesto de la igualdad de las inteligencias.
Aquel que había escrito esos libros que habían hecho mella en la filosofía y en la teoría política, no tenía empacho en discutir (sin altanería por portación de historia y nombre) con todos por igual.
Pero no solamente era adepto a la discusión en conferencias, aulas o comidas propias de nuestra revuelta Argentina y América Latina. También abría puentes entre mundos; no para que nos iluminen desde Inglaterra o Estado Unidos, sino para generar vínculos entre perspectivas emancipadoras, para abrir paso a los que no teníamos recursos, para dejar que desde allá también aprendieran del acá. No tenía reparo en discutir en un bar londinense acerca de los rumbos de Abelardo Ramos, ni cenar comida “tai” mientras hablaba del peronismo, ni reñir con las ideas de Badiou, Zizek Hegel en cualquier espacio.
Sus últimos emprendimientos, como la revista Debates y Combates, nos interpela para poner en jaque la lógica de la individualidad y el dinero que suele hegemonizar nuestras prácticas “académicas”. Reflejan la necesidad de seguir esforzándonos en producir pensamientos colectivos; la necesidad de "tomar parte"; la necesidad de reflexionar y actuar sobre nuestro tiempo.
En este momento no puedo escribir más que desde la tristeza que nos deja la ausencia de aquel que supo dejar marca en el plano de lo intelectual. Pero sobre todo desde la pena de la partida del que acompañó el proceso de revitalizar la esperanza y estimular la labor por hacer de este mundo una morada más justa.